El día en que me di cuenta que no iba a volver

Después de la alegría, después de la dicha, después de la cerveza, después de la mirada. Después de la maravilla de reconocerla. Me devolvía a casa un poco ebrio; era de madrugada y tenía que recoger mi equipaje.

Como si la vida fuera un video miraba hacia la calle: las fuentes apagadas, los carros aparcados, no habían personas, la arquitectura se disfrutaba y los recuerdos en mi mente desde el primer encuentro, el primer beso, la lluvia, las noches en compañía, su sonrisa, su coquetería, la forma como quería, la manera como era todo cuando estaba con ella, las alegrías y tristezas, las tristezas... las tristezas, se adueñaban del paisaje emocional que embargaba lo que quedaba de mi.

Su despedida fue tranquila como las despedidas que hacen aquellos que han decidido desde hace rato su rumbo. Nada romántico, nada de una mirada en la lejanía, nada de sorpresas, nada de detalles, sólo el frio primaveral de la época y la hora.

Trato de olvidar el número de veces que dije cosas sin que me correspondieran, trato de borrar los recuerdos para no sentir el vacío de nuevo, trato de abandonar las ilusiones que llegan con su saludo y comienzo a guardar todo aquello que en algún momento me gustó sentir, para desaparecer de mi mismo, para dejar de ser ese yo, para dejar de verme en desamor, para dejar de encontrarme con la realidad.

Con lágrimas en el rostro me despido y ahora con equipaje en mano voy en el coche hacia mi próximo destino.



Sergio de Helena

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